HISTORIA DE UN BESO

¡Cielo azul! ¡que te  pierdes
entre ramas y hojas verdes!
Si entre soles aletean
agitadas por el viento,
su música y luz se prenden
en el manto del silencio.
Al descuido de unas hojas
un rayo de luz se cuela,
explotándole en la cara
a una joven primavera.

Y allá en lo alto, un jilguero
está lanzando sus perlas
hasta romper el silencio.
Una ninfa de los bosques,
de los parque y praderas,
pasó por este escenario
dejando lista la escena.
Ya sólo falta que pase
el beso, el protagonista.
Tres somos  los personajes:
Nosotros, “los delincuentes,”
y el guarda de los infiernos
con un infernal mensaje.

Si es posible fundir almas,
sólo podrían fundirse
en el fuego de los besos.

Nuestras almas se fundieron
Quieto quedóse el silencio,
mudo se quedó el jilguero.
La tarde que sospechó
que algo estaba sucediendo,
curiosa,  paró el reloj…
Y después…
con su cara arrebolada,
la tarde salió corriendo.

El relieve de aquel beso,
que recorrió la ciudad,
no fue del beso la culpa,
que nada tuvo especial.
La culpa fue del infierno,
inventando una tragedia
de cosa tan natural.
No podía ya impedirlo
el celo de un pobre guarda,
el guarda municipal.

“No respetan la ordenanza.
Por acción tan deshonesta
les tengo que denunciar.
De diez duros es la multa,
según ley municipal.”

Así  suelen expresarse
los  gritos  de la ignorancia
vestidos  de autoridad.

Señor guarda, señor guarda,
de estos jardines guardián,
la sanción es una ofensa
a estos besos, de valor…
imposible calcular.
Señor guarda, señor guarda…
venga aquí todas las tardes
si le gusta ver besar.
Pero traiga, por favor,
una denuncia más digna
para mis besos de amor.







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