¡Cielo azul! ¡que te pierdes entre ramas y hojas verdes! Si entre soles aletean agitadas por el viento, su música y luz se prenden en el manto del silencio. Al descuido de unas hojas un rayo de luz se cuela, explotándole en la cara a una joven primavera. Y allá en lo alto, un jilguero está lanzando sus perlas hasta romper el silencio. Una ninfa de los bosques, de los parque y praderas, pasó por este escenario dejando lista la escena. Ya sólo falta que pase el beso, el protagonista. Tres somos los personajes: Nosotros, “los delincuentes,” y el guarda de los infiernos con un infernal mensaje. Si es posible fundir almas, sólo podrían fundirse en el fuego de los besos. Nuestras almas se fundieron Quieto quedóse el silencio, mudo se quedó el jilguero. La tarde que sospechó que algo estaba sucediendo, curiosa, paró el reloj… Y después… con su cara arrebolada, la tarde salió corriendo. |
El relieve de aquel beso, que recorrió la ciudad, no fue del beso la culpa, que nada tuvo especial. La culpa fue del infierno, inventando una tragedia de cosa tan natural. No podía ya impedirlo el celo de un pobre guarda, el guarda municipal. “No respetan la ordenanza. Por acción tan deshonesta les tengo que denunciar. De diez duros es la multa, según ley municipal.” Así suelen expresarse los gritos de la ignorancia vestidos de autoridad. Señor guarda, señor guarda, de estos jardines guardián, la sanción es una ofensa a estos besos, de valor… imposible calcular. Señor guarda, señor guarda… venga aquí todas las tardes si le gusta ver besar. Pero traiga, por favor, una denuncia más digna para mis besos de amor. |
HISTORIA DE UN BESO
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